Capitalismo y la pandemia de COVID-19

Fecha de Publicación: 
Jueves, 3 Junio 2021

La revisión del sistema económico acumula mucho tiempo de retraso: todas las señales apuntaban a 2020, pero un año después de la pandemia, los ricos se han hecho más ricos y los gobiernos siguen sacrificando vidas por la ilusión del crecimiento económico.

El término “capitalismo tardío” cobró fuerza en la década de 2010, sugiriendo que podíamos estar llegando a un momento de exceso tan flagrante que nos catapultará a la recuperación frente a las prácticas insostenibles que afianzaron la desigualdad, el conflicto y sus sistemas de opresión. Sin embargo, una de las conclusiones extraídas del taller de Crítica Sistémica del Grupo de Trabajo de Política Económica en Chiapas, México, en 2019, es que es evidente que el orden económico neoliberal está decidido a quedarse, y si es necesario, a orquestar un lavado de cara para ocultar sus rasgos más feos. Las condiciones de vida ya precarias de muchas personas empeoraron con la pandemia, mientras que quienes ya tenían más dinero siguieron acumulando fortunas

Ha pasado más de un año desde que el COVID-19 fuera declarado una pandemia; al principio, algunos políticos sugirieron que sería un “gran igualador”. Esto, por supuesto, fue rápidamente refutado: ¿cómo se distancia uno socialmente en un asentamiento informal, en comparación con una mansión? ¿Cómo pueden los trabajadores de primera línea minimizar el riesgo de infección cuando su trabajo no puede realizarse desde casa, y sus empleadores no les proporcionan el equipo de protección personal (EPP) necesario? El sistema de libre mercado no estuvo a la altura de las circunstancias para producir los EPP necesarios; entre Estados Unidos e India hubo competencia, lo que hizo subir los precios (y lo mismo ocurrió con el suministro de vacunas en Estados Unidos); los dirigentes del gobierno del Reino Unido dieron contratos de EPP a sus amigos, en un claro ejemplo de corrupción. ¿Dónde está, entonces, la innovación para que la oferta satisfaga la creciente demanda?

En un año, no sólo han muerto más de 3 millones de personas a causa del propio virus, sino que se han perdido puestos de trabajo, las empresas (normalmente pequeñas, medianas y micro) han cerrado , y en algunos países que pudieron limitar los efectos del virus, la desesperación económica hizo que aumentaran las tasas de suicidio. Este debería haber sido un momento para la solidaridad mundial y las acciones de ayuda. Pero todavía no hemos visto que el mundo se comprometa a un alto el fuego global, porque los conflictos continúan en muchas partes del mundo. Mientras ha habido algunas moratorias de la deuda para los países más pobres, todavía no vemos la cancelación total. Y hemos tenido que presenciar el bochornoso espectáculo de ver el sacrificio de los trabajadores de la salud, en lugar de equiparles, pagarles y darles el apoyo que necesitaban. El enfrentamiento a esta crisis ha dependido totalmente de la mano de obra de las mujeres, que constituyen el 70% del personal sanitario[1], mientras que el cierre de las escuelas supuso una carga adicional para las madres trabajadoras, que tuvieron que abandonar en gran número sus trabajos formales para hacerse cargo de sus familias. La pandemia también intensificó las situaciones de estrés y trauma, y agravó lo que ONU Mujeres ha calificado como una “pandemia en la sombra” de violencia de género. Así vemos cómo el sistema no tiene objeción a la hora de aceptar el trabajo y las contribuciones de las mujeres, pero es incapaz de brindarles seguridad, apoyo o una compensación justa por todo lo que hacen.

Incluso los valores democráticos se han visto socavados por esta crisis global. La represión y la violencia siguen siendo la respuesta habitual de algunos gobiernos ante las demandas populares, al tiempo que se fortalecen los regímenes y las ideas autoritarias en todo el mundo. La participación ciudadana es limitada y las comunidades no pueden decidir sobre sus propios destinos porque algunas empresas tienen más influencia que ellas.

El despliegue y la distribución de las vacunas nos ha puesto en clara evidencia la división entre el Norte y el Sur Global. Algunas partes de Europa y América del Norte empezaron a vacunar en diciembre de 2020 y en seis meses están alcanzando niveles de cobertura que pueden permitir el regreso a una especie de nueva normalidad. Sin embargo, el nacionalismo de las vacunas domina sus políticas, y un malentendido fundamental se asienta en muchos de estos gobiernos: operan con la idea de que están cumpliendo con su responsabilidad ante su pueblo al abastecerse de vacunas para sus propios ciudadanos. Canadá ha llegado incluso a asegurar las vacunas de refuerzo para sus propios nacionales. Pero cada vez que la producción de vacunas no se amplía ni se comparte en todo el mundo, aumenta el riesgo para todos nosotros, ya que el virus sigue mutando. La obtención de una vacuna no actúa como un campo de fuerza impenetrable: a menos que la mayoría de la población mundial esté vacunada, el virus seguirá mutando y comprometiendo la cobertura. A pesar de este riesgo, muchos países siguen bloqueando la iniciativa de suspensión de los ADPIC que podría permitir a los países en desarrollo producir la vacuna y otros productos médicos. Muchas empresas farmacéuticas están listas y a la espera para poder empezar a producir. Al igual que los EPP, es inaceptable que unas pocas empresas monopolicen la producción si el objetivo es satisfacer la demanda mundial. La pandemia actual se basa en décadas de políticas de ajuste estructural del FMI que recortaron el gasto en salud pública y privatizaron gran parte de la atención sanitaria, así como en el papel de Pfizer y otras empresas en la redacción de las leyes de propiedad intelectual relacionadas con el comercio de la OMC hace más de dos décadas, negando entonces los medicamentos antirretrovirales que salvan vidas a las personas diagnosticadas con VIH/SIDA.

Además, las empresas farmacéuticas están en una posición de poder tal, en gran medida respaldada por los gobiernos, que un análisis realizado en 13 países latinoamericanos demostró que estos países cambiaron sus leyes relacionadas con las compras y contrataciones públicas para poder comprar la vacuna anti Covid-19 a estas empresas. Los cambios legislativos permitieron a los gobiernos no revelar ni los contratos, ni los acuerdos de negociación con los laboratorios. Además, al menos cuatro de estos países concedieron exenciones fiscales en la compra de vacunas para los laboratorios.

De estos acontecimientos se desprende que el capitalismo no desaparece ante tremendas sacudidas ni cambia su rostro en momentos de crisis; el apartheid de las vacunas y la respuesta global a la pandemia demuestran que nuestro sistema prefiere ver crisis perpetuas y más muertes antes que plantearse una reforma. Por eso es esencial dirigir nuestra energía hacia el cambio de sistema y a imaginar nuestra salida del capitalismo. Dado que el capitalismo globalizado nos ha demostrado que opera de la misma manera en todo el mundo, llamamos a articular acciones comunes y a intercambiar experiencias desde un lugar de diálogo y solidaridad.


[1] Miyamoto, I. (2020). (Rep.). Daniel K. Inouye Asia-Pacific Center for Security Studies. doi:10.2307/resrep24863


Este artículo se redactó a partir de una serie de debates con los miembros y las miembras del Grupo de Trabajo de Política Económica. Agradecemos especialmente a Sanam Amin, Osama Diab, Kairos-The Centre for Religions, Rights and Social Justice and Fundación para el Desarrollo de Políticas Sustentables su colaboración a la hora de desarrollar este artículo.