Opinión: Pensar la pandemia desde la economía feminista

Fecha de Publicación: 
Miércoles, 2 Diciembre 2020

Por Magalí Brosio

Desde sus orígenes la economía feminista ha puesto de manifiesto la necesidad de avanzar en una concepción más amplia de la economía y el sistema económico, que además de la esfera productiva, tenga en cuenta a la esfera reproductiva. En particular, esta corriente señala la importancia del trabajo de cuidado no remunerado para el desarrollo de las personas, pero va un paso más allá explicando como la provisión de cuidado es en realidad una necesidad social, en tanto permite la reproducción de la clase trabajadora, que a su vez será la responsable de crear valores económicos en la esfera reproductiva (es decir, de reproducir el sistema económico).

En este sentido, la pandemia de COVID-19 representó sin dudas un punto de inflexión para la economía global, que puso de manifiesto de manera innegable las tensiones irresueltas o mal resueltas entre ambas esferas. Los debates que surgieron en todo el mundo sobre si se debe priorizar la salud de las personas o las economías nacionales es una clara expresión de ello.

A pesar de que durante 2020 no se ha hablado prácticamente de otra cosa, la realidad es que todavía sabemos muy poco acerca del alcance y profundidad del impacto económico que tendrá la crisis del Coronavirus. Sin embargo, lo que sí sabemos es que está acentuando desigualdades estructurales del sistema capitalista, entre ellas las de género. 

Luego de la crisis financiera global de 2008, la economista feminista Diane Elson propuso un marco analítico para estudiar su impacto diferenciado en mujeres y varones a través de desglosar los efectos en tres grupos: 1) efectos de corto plazo en las esferas productiva y financiera; 2) efectos de corto plazo en la esfera reproductiva (vinculados a cómo los hogares responden al shock económico) y 3) efectos de largo plazo en las tres esferas. Este marco resulta útil para pensar los potenciales efectos económicos de la crisis del coronavirus.

Con relación al impacto en la esfera productiva, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) identifica tres canales principales a través de los cuales la pandemia está afectando desproporcionadamente a las mujeres. En primer lugar, a nivel global, el porcentaje del total de mujeres empleadas que se concentra en los sectores más golpeados por la crisis (que, de acuerdo con estimaciones de esta institución, son comercio; industria; hoteles y restaurantes; y servicios financieros, de alquiler y empresariales) es mayor que el de varones (40% vs 36,6%). Aún más: un 42% de las trabajadoras de estos sectores son informales, lo cual significa que no se encuentran cubiertas por legislación laboral que pudiera protegerlas de potenciales despidos o reducción de horas, de ser forzadas a trabajar en condiciones inseguras, etc. Entre trabajadores varones el porcentaje de informalidad es también alto, aunque bastante inferior, ya que ronda el 32%. Evidencia temprana recolectada en distintos países refuerza este planteo: a pesar de que las mujeres representan solo el 39% del empleo global, estas explican un 54% de los despidos.

En segundo lugar, para las trabajadoras domésticas, la combinación de las medidas de aislamiento obligatorio (necesarias para frenar el avance de la pandemia) y los altos niveles de informalidad fue explosiva. La OIT estimó que 55 millones de trabajadoras domésticas fueron afectadas significativametne por la COVID-19 y que a nivel global un 72,3% de estas están o estuvieron en riesgo de perder su trabajo e ingresos

En tercer lugar, las mujeres representan un 70% de lxs trabajadorxs de la salud, quienes actualmente enfrentan mayores riesgos de infección y contagio debido a largas jornadas laborales, altos niveles de estrés, falta de equipo protector adecuado, etc. Con relación a este último punto en varios países se ha llamado la atención sobre el hecho de que aún siendo la mayor parte de las usuarias mujeres, el equipo protector se diseña de acuerdo a estándares masculinos. De esta manera, las trabajadoras de la salud deben usar a menudo gafas, guantes y mascarillas demasiado grandes para ellas, lo cual no solamente agrega un factor de incomodidad adicional durante las largas jornadas laborales, sino que además las expone aún más a contagiarse ya que cuando el equipo no se utiliza de manera adecuada pierde efectividad.

En relación con los impactos inmediatos en la esfera reproductiva, varios estudios llevados a cabo durante los primeros meses de la pandemia muestran que dentro de los hogares se ha incrementado significativamente la cantidad de tiempo destinado a tareas de cuidado no remuneradas y que estas han caído desproporcionalmente sobre las mujeres. Por ejemplo, un estudio realizado en EEUU, Reino Unido, Francia, Alemania e Italia muestra que los hogares han incrementado 27 horas semanales el tiempo destinado al cuidado, pero que las mujeres dedican a estas tareas 15 horas por semana más que los varones. Esta dinámica a su vez tiene como correlato un impacto negativo en el mercado laboral: un estudio en Estados Unidos muestra que en parejas heterosexuales con hijos/as menores de 13 años las madres redujeron entre 4 y 5 veces más sus horas de trabajo, lo cual llevó a un aumento de la brecha salarial (la diferencia entre los salarios masculinos y femeninos) de entre un 20 y 50%.

De esta manera, queda demostrado que actualmente la crisis del coronavirus está afectando desproporcionadamente a las mujeres a través de varios canales, lo que pone de manifiesto la necesidad de responder con políticas específicas que tengan en cuenta este impacto asimétrico. En este contexto cabe también preguntarse por cuál será el impacto de largo plazo. Si bien tenemos pocas herramientas para poder predecirlo con exactitud, la OIT ya advierte que hay riesgo de que se reviertan los ya de por sí escasos progresos en materia de igualdad de género en el mercado laboral. 

¿De qué depende cambiar esta dinámica? De que las políticas de recuperación económica sean estudiadas a la luz de las enseñanzas de la economía feminista, teniendo en cuenta simultáneamente los impactos generizados tanto en la esfera productiva como en la reproductiva. Por ejemplo, un estudio realizado por el Women’s Budget Group señala que invertir en el sector de cuidados en vez de en el de la construcción (actividad en la cual típicamente tienden a concentrarse las políticas contracíclicas de reactivación económica tras contextos de crisis) no solo es más beneficioso para las mujeres en términos relativos, sino que tiene mejores retornos para el total de la economía. Cuando se invierte dinero en un sector económico, además de los empleos generados de manera directa (por ejemplo, a través de la contratación de trabajadorxs) se estimula indirectamente la creación de puestos adicionales en el propio sector así como también en actividades asociadas (principalmente aquellas que les proveen insumos al sector estimulado, o aquellas que utilizan insumos provistos por el sector estimulado). En su estudio del caso del Reino Unido, el informe explica que debido a su menor nivel de encadenamientos productivos, una inversión directa en el sector de la construcción genera pocos empleos adicionales además de los creados directamente y que, además, la mayoría de estos puestos serán exclusivamente para varones ya que se trata de un sector muy masculinizado. Por otro lado, invertir una suma equivalente en el sector de cuidados llevaría a crear seis veces más puestos de trabajo para mujeres, sin disminuir (e incluso aumentando levemente) la cantidad de empleos para varones. 

De esta manera queda claro que no hay una contradicción o incompatibilidad entre recuperar la economía y cerrar la brecha de género, y que las necesidades económicas de las mujeres no pueden y no deben ser postergadas. Más aún, la economía feminista ha desarrollado herramientas para repensar a la economía, proponiendo una mirada que priorice la sostenibilidad de la vida por sobre las ganancias a cualquier costo. Es momento de usarlas.