Artículo de The Economist: Derechos humanos: defienda sus derechos. Eso sí: los de siempre. No se distraiga con los más nuevos.

EDITORIAL

 

22 de marzo de 2007

De la edición impresa de The Economist

 

Derechos humanos: defienda sus derechos. Eso sí: los de siempre. No se distraiga con los más nuevos.

 

Las organizaciones de derechos humanos han estado muy ocupadas en los últimos años. Al librar la llamada ‘guerra contra el terrorismo’, muchos gobiernos de los países occidentales en los que las libertades parecían estar aseguradas han estado tentados de recortarlas un poco. Por ello es muy bueno, se podría suponer, que organizaciones como Amnistía Internacional reaccionen y busquen defenderlas. Pero Amnistía ya no causa el revuelo de antes en los países ricos. aunque no haya dejado de hacer ruido. De hecho, actualmente hace más denuncias que nunca. Pero hace algunos años decidió adherirse a una moda intelectual y diluir su tradicional interés principal por los derechos políticos para incluir la nueva categoría de lo que ahora se llama derechos sociales y económicos.

 

Dado que los derechos son cosas buenas, se podría suponer que cuantos más se defiendan, mejor. ¿Por qué no agregar apremiantes problemas sociales y económicos a los viejos derechos políticos como la libertad de expresión, las elecciones libres y el debido procedimiento legal? ¿Para qué sirve poder votar si uno se está muriendo de hambre? ¿Acaso el acceso al empleo, a la vivienda, a la salud y a la alimentación no son también derechos básicos? No. Unos pocos derechos son realmente universales y si se permite que se multipliquen, se los debilita.

 

No cabe duda de que la alimentación, el empleo y la vivienda son necesidades básicas. Pero de nada sirve llamarlos “derechos”. Cuando un gobierno encarcela a alguien sin garantizarle un juicio justo, la víctima, el perpetrador y el remedio quedan muy claros. Esta claridad rara vez se aplica a los “derechos” sociales y económicos. No solo es difícil determinar si un derecho así ha sido violado, sino que es mucho más difícil saber quién debería proporcionar el remedio o cómo. Quién debería ser educado, sobre cuáles materias, por cuánto tiempo y a qué costo para los contribuyentes es una cuestión política que es mejor resolver en las urnas. Lo mismo ocurre con el interrogante de cuánto gastar en qué tipo de asistencia médica. Y ningún sistema económico conocido por el hombre garantiza un empleo adecuado para todos al mismo tiempo: incluso el tan mentado pleno empleo de la Unión Soviética se basaba en el principio de “ellos simulan pagarnos y nosotros simulamos trabajar”.

 

No es casualidad que los países más interesados en utilizar el lenguaje de los derechos sociales y económicos tiendan a ser los que muestran menos respeto por los derechos tradicionales. Los gobernantes de Cuba y China normalmente consideran las campañas dedicadas a las libertades individuales como una conspiración del rico hemisferio norte destinada a timar a los países pobres. Resulta muy práctico presentar los derechos políticos como un lujo burgués cuando uno se los niega a los propios ciudadanos.

 

Y esto no podría estar más alejado de la verdad. Para quienes viven en países pobres, como para toda la gente en todo el mundo, el método más confiable que se ha inventado hasta la fecha para asegurar que los gobiernos satisfagan las necesidades básicas sociales y económicas de la gente se llama política. Es por ello que los derechos que posibilitan una política abierta y libre (la libertad de expresión, el debido procedimiento legal, la protección contra el castigo arbitrario) son tan valiosos. Insistir en que se cumplan es más importante que cualquier otra declaración grandilocuente pero inconducente para exigir empleos, educación y vivienda para todos.

 

Muchas organizaciones bien intencionadas padecen el problema de tener objetivos demasiado amplios y una cantidad de miembros demasiado pequeña. Amnistía solía estar en la situación contraria: atraía a personas de todas las convicciones políticas y de ninguna, y se concentraba en un sólido núcleo de libertades básicas bien definidas. Esto ya no es así. En los últimos años, al tratar de tomar la autoridad moral de las campañas y líderes del pasado para prestársela a la causa más difusa de la reforma social, Amnistía solamente ha conseguido debilitar el que antes fuera su mensaje central, justo en el momento en que los gobiernos occidentales más necesitarían oírlo nuevamente.