Desde las periferias de São Paulo, pasando por los escombros de Gaza hasta los asentamientos precarios de Sudáfrica, se repite un patrón conocido: las comunidades que se atreven a defender la vida, la tierra y la dignidad se convierten en blanco de ataques. No se trata de incidentes aislados, ni únicamente de fallas de gobernanza o corrupción. Lo que presenciamos es la Economía Política de la Violencia: un régimen global donde la violencia —ejercida tanto por actores estatales como no estatales— sostiene un sistema económico basado en el lucro y el control.
Esta violencia no es una excepción: es la lógica del capitalismo puesta en evidencia. Desde sus orígenes, el capitalismo ha dependido de la fuerza extrema —extrayendo riqueza mediante el despojo, la esclavitud y la explotación. Hoy, el neoliberalismo ha profundizado esta violencia, borrando las fronteras entre empresas, crimen organizado e instituciones estatales. El resultado: un mundo en el que quienes defienden territorios, aguas y bienes comunes enfrentan ataques crecientes, mientras la impunidad se consolida. Desde la criminalización de la protesta hasta el despojo territorial y el “desarrollo” militarizado, la represión se convierte en el precio de la resistencia.
Comprender el terreno de la lucha es el primer acto de resistencia.
En esta edición, resaltamos tres casos emblemáticos que revelan la naturaleza estructural de esta violencia —y la urgencia de construir solidaridad colectiva e internacional a través de movimientos y fronteras.