La agenda de la administración de Trump—y el movimiento global de extrema derecha que fomenta—debe ser entendida por lo que realmente es: un esfuerzo orquestado para crear crisis y caos con el fin de justificar un retroceso en los derechos humanos, reprimir a los movimientos sociales y consolidar el poder corporativo. No se trata solo de maniobras políticas; lo que está en juego es la creación de un sistema que permita a las corporaciones y a los poderosos actuar con total impunidad, mientras desmantelan las estructuras diseñadas para hacerlos rendir cuentas.
Desde hace más de una década, la Red-DESC ha denunciado el proceso de toma de control político por parte de las corporaciones: una captura corporativa de las instituciones gubernamentales y de la toma de decisiones en busca interminable de ganancias. Con el regreso de Trump, esta captura se ha hecho más evidente que nunca—ya no se trata solo de influir en políticas y leyes, sino de un control directo sobre las instituciones.
Elon Musk, la persona más rica del mundo, invirtió casi 300 millones de dólares en la campaña electoral de Trump, mientras que otros multimillonarios tecnológicos y CEOs donaron un millón de dólares cada uno para poder estar cerca del nuevo presidente en su inauguración, asegurando así su influencia. Desde entonces, Musk ha tenido acceso ilimitado a datos privados y fue nombrado para liderar recortes masivos en agencias gubernamentales como el nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE). Una de sus primeras acciones fue suspender indefinidamente la Oficina de Protección Financiera del Consumidor, una agencia clave para proteger a las personas comunes contra el fraude financiero y el abuso de las corporaciones. Esta suspensión dejó a 70 a 100 empleados sin trabajo, mientras los que quedaron temen represalias por hablar en contra.